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Ejemplar de La balaustrada (95 columnas de opinión censuradas o publicadas por Las Provincias), encuadernado por la autora.

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16 diciembre, 2011

LA FUERZA BRUTA, LA PEOR DE LAS DEBILIDADES

Me comentaba el otro día Eva, amiga íntima, que está harta de aguantar en su propia empresa las groserías de los hombres, que llenan las paredes de imágenes guarras y machistas que ella pronto arranca subiéndose donde puede. Es que a Eva la llaman «bajita», «pequeña»… Pero es gran chica; matizo: gran persona.
Este es «el último horror» que me contó: un cliente desdeñó los servicios de una mujer para reparar su puerta, convencido de nuestra inferioridad para tales tareas. Eva no puede levantar la puerta manual de un taller, pero otra mujer sí podría. Así, le dio telefónicamente al cliente con la puerta en las narices. «¡Ojalá le explote el teléfono en el tímpano y le caiga incendiado en los huevos!», sentenció.
El hecho de no caer en la tentación de recurrir a ese terrorismo demuestra que es fuerte. ¿Por qué el que una persona no sea Popeye ha de ser negativo? ¿Quién demuestra que el cuerpo esté por encima del espíritu o de la mente? Hay mujeres de fuerza admirable, pero aquellas que por su constitución no lo son no merecen ser despreciadas.
Recuerdo lo fuerte que fue otra amiga una noche, hace años: fue en una verbena. Yo, mareada y exhausta, me eché sobre el capó de un coche. Una cuadrilla de chicos con ganas de juerga (aunque yo entonces, al ver doble, creía que eran ocho), quisieron molestarme. Esa amiga agarró un pedrusco, les gritó cuatro cosas, evitó que se acercaran y se me llevó a cuestas. Ella fue fuerte porque, además de haber podido con cualquiera de esos jóvenes por su constitución, demostró gran control sobre sus impulsos: pudo haberles tirado el pedrusco, mas supo contenerse. Yo los hubiera descalabrado.
Servidora, marcada por Ares al tener en su carta astral a este dios de la guerra en Aries, no es tan fuerte, pese a levantar en brazos a mi media naranja y saber afrontar situaciones difíciles. La fuerza bruta es debilidad, pues representa al Yo dominado por el instinto. He repartido pocas obleas, pero han sido de película, y siempre defensivas. La respuesta de los que las han recibido no varía: «¡Porque eres mujer, porque si no…!» ¡Qué considerados!, es la típica respuesta del machista caballeroso y sutil. O sea, que en caso de ser varón los dos al hospital, ¿no? No es que deseara que me partieran la cara, pero podían haber dicho «porque somos personas y no es plan de hacer el bestia».
Una vez le eché a una que me ofendió un plato de patatas en la cara; ella me lo devolvió en los ojos, lleno de tierra. La consecuencia, de no veas: varios días condenada a las tinieblas y con úlceras oculares.
Pero me considero pacífica, irritable pero pacífica. Eso de poner la otra mejilla no es de pacifistas, sino de masoquistas. Quien no se defiende comete el error de no estimarse, debilidad tan censurable como la violencia.
No hay, pues, sexo débil; el sexo y otros instintos son debilidad, que no es igual.
M. J. Zapater
(Publicado en LAS PROVINCIAS el sábado 22 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 31)

Publicada en la sección de Cartas el miércoles 14 de mayo de 1997 en Las Provincias.

La feria de las vanidades y la incoherencia


Como joven periodista en paro agraviada por los desorganizadores de la X Feria Alternativa, condeno el incongruente despotismo de estos. Me sobran razones y anécdotas, pues he participado los últimos cuatro años: primero en una radio libre; luego, practicando la quiromancia honradamente y vendiendo sobres sorpresa a 50 pesetas. Si, pese a ser buena periodista no me dan trabajo, de algo he de sobrevivir, ¿no?
Siempre simpaticé con las utopías que hablan de alternativas paradisíacas. Parafernalia: ahora descubro el sectarismo y la falsedad de tales posturas. Pero juzguen ustedes, juzguen.
Mientras cuatro lunáticos, botella en mano, predican libertad y resistencia al Sistema, mugrientos elfos adoran a la madre naturaleza atusándose la maraña de sus verdes cabelleras, capricho obtenido a causa de agrandar el agujero de ozono y de enrarecer la atmósfera con ponzoñas químicas de indudable origen industrial. Justo detrás de mí, tiñosos desharrapados abominan entre porro y porro de la apestosa corrupción sociopolítica y de las carísimas suciedades anónimas; me huelo que desconocen que en las piñatas un paquete de tres jabones vale 100 pesetas. Digo esto porque basta pasearse por los tenderetes para ver los exorbitantes precios, y eso sin tener en cuenta que algunos de los productos el único arte que entrañan es el de la estafa más sofisticada.
Por si estas pinceladas no bastaran para reflejar el caótico cuadro, he aquí el toque final: una panda de feriantes prepotentes me expulsa del apenas metro cuadrado de césped que ocupaba. La sinrazón, no ser adepta a ninguna de las sectas alternativas y no tener permiso. Se sabe que el silencio otorga, pero no para esas gentes, que les escribes y ni te contestan o acudes a sus locales y te encuentras con una reunión fantasma y con un colectivo tan cambiante cual Caleidoscopio... Así pues, ellos y ellas, todos okupas, qué irónico, plegaron mi pañuelo, quitaron mi cartelito y me amenazaron con recurrir a la fuerza si volvía (¿y aún hablan de la violencia estatal?) Igual suerte corrió un guitarrista, que acabó cantándoles las cuarenta yendo de un lado a otro agotado por la carrera; la estrategia era ingeniosa, porque no ocupaba ningún espacio en concreto y a la vez era omnipresente, pero agotadora. A un pobre acordeonista que pedía la voluntad también lo echaron (y luego se quejan de la Policía y de la insolidaridad). A quienes no mandaron con la música a otra parte fue a esos cofrades enfundados en pieles que se oponen a la tortura animal y te ponen la cabeza como un tambor.
Finalmente, tras jactarse de haber echado a Green Peace, uno de esos feriantes (de muy pocas luces), nos dijo que lo importante era participar. "Yo he montado toda la instalación eléctrica. Tú vienes aquí y lo tienes todo hecho", quejóse. Cayó la noche, las farolas brillaron por su ausencia y el ambiente fue de no veas. Asqueada de tanta comedia, me marché lamentando la desvergüenza, la intolerancia y la hipocresía de tales funámbulos, avaros comerciantes incoherentes y tiránicos.

María Jesús Zapater Muñoz (licenciada en Periodismo y feriante desencantada)