Me comentaba el otro día Eva, amiga íntima, que está harta de aguantar en su propia empresa las groserías de los hombres, que llenan las paredes de imágenes guarras y machistas que ella pronto arranca subiéndose donde puede. Es que a Eva la llaman «bajita», «pequeña»… Pero es gran chica; matizo: gran persona.
Este es «el último horror» que me contó: un cliente desdeñó los servicios de una mujer para reparar su puerta, convencido de nuestra inferioridad para tales tareas. Eva no puede levantar la puerta manual de un taller, pero otra mujer sí podría. Así, le dio telefónicamente al cliente con la puerta en las narices. «¡Ojalá le explote el teléfono en el tímpano y le caiga incendiado en los huevos!», sentenció.
El hecho de no caer en la tentación de recurrir a ese terrorismo demuestra que es fuerte. ¿Por qué el que una persona no sea Popeye ha de ser negativo? ¿Quién demuestra que el cuerpo esté por encima del espíritu o de la mente? Hay mujeres de fuerza admirable, pero aquellas que por su constitución no lo son no merecen ser despreciadas.
Recuerdo lo fuerte que fue otra amiga una noche, hace años: fue en una verbena. Yo, mareada y exhausta, me eché sobre el capó de un coche. Una cuadrilla de chicos con ganas de juerga (aunque yo entonces, al ver doble, creía que eran ocho), quisieron molestarme. Esa amiga agarró un pedrusco, les gritó cuatro cosas, evitó que se acercaran y se me llevó a cuestas. Ella fue fuerte porque, además de haber podido con cualquiera de esos jóvenes por su constitución, demostró gran control sobre sus impulsos: pudo haberles tirado el pedrusco, mas supo contenerse. Yo los hubiera descalabrado.
Servidora, marcada por Ares al tener en su carta astral a este dios de la guerra en Aries, no es tan fuerte, pese a levantar en brazos a mi media naranja y saber afrontar situaciones difíciles. La fuerza bruta es debilidad, pues representa al Yo dominado por el instinto. He repartido pocas obleas, pero han sido de película, y siempre defensivas. La respuesta de los que las han recibido no varía: «¡Porque eres mujer, porque si no…!» ¡Qué considerados!, es la típica respuesta del machista caballeroso y sutil. O sea, que en caso de ser varón los dos al hospital, ¿no? No es que deseara que me partieran la cara, pero podían haber dicho «porque somos personas y no es plan de hacer el bestia».
Una vez le eché a una que me ofendió un plato de patatas en la cara; ella me lo devolvió en los ojos, lleno de tierra. La consecuencia, de no veas: varios días condenada a las tinieblas y con úlceras oculares.
Pero me considero pacífica, irritable pero pacífica. Eso de poner la otra mejilla no es de pacifistas, sino de masoquistas. Quien no se defiende comete el error de no estimarse, debilidad tan censurable como la violencia.
No hay, pues, sexo débil; el sexo y otros instintos son debilidad, que no es igual.
M. J. Zapater
(Publicado en LAS PROVINCIAS el sábado 22 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 31)