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Ejemplar de La balaustrada (95 columnas de opinión censuradas o publicadas por Las Provincias), encuadernado por la autora.

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25 enero, 2012

FRENTE A LA DECADENCIA DE LA MODA, LA MODA DECADENTE

Pasarela en la que se exhiben, dando la nota, algunos de los modelos de Versace: picos, trapos, nalgas, pechos, ridículos contoneos y pavas. Una venerable vecina, muy anciana, que durante décadas fue diseñadora en París para casas tan prestigiosas y aún elegantes, por fortuna, como Yves Saint-Laurent, me llama, indignada: «¡Mari!, ¿has visto qué desvergüenza?»
Lamentablemente, lo vi. Todo un espectáculo. El diseño es arte y el arte busca crear, y si crea no usa el cuerpo como comodín, sino que lo oculta o lo insinúa. Pero el desnudo medio velado por un trapo informe no es diseño ni es arte. Es chabacanería y falta de imaginación. Una pasarela no debe ser una sala erótica; digo mal, una sala X, ya que cada vez son más los desfiles de mujeres casi en cueros, lo cual no es erótico, sino pornográfico.

Por tanto, frente a la decadencia de la moda propongo una moda decadente, un estilo que dice «no» a la moda como estereotipación de gustos y «sí» a la hegemonía de la personalidad. Lo decadente entraña el buen gusto por los detalles y la exacerbación del Yo como principio y fin al que debe tender el estilo propio. La moda es muchas veces lo contrario: la aniquilación del ego frente a un anónimo y colectivo gusto masivo, aunque sea a escala elitista. Digo esto porque en los figurines que muestran las pasarelas parisinas, aunque hay trajes maravillosos, hay otros horribles.
Así, hasta desde las altas esferas se impone un prêt à porter más o menos accesible (a la hora de copiarlo) y para andar por casa, aunque a veces, de tan espantoso, ni para andar por casa sirve. Si lo importante es estar bien con una misma, herético es ir hecha un desastre en soledad.
Hasta el vestuario más humilde comprado en el sitio más popular se ha confeccionado al hilo de la moda. Dejando a un lado que con el buen gusto se nace y que sobre gustos ya he hablado y escrito bastante a lo largo de mi cuarto de siglo, incido en que sea la personalidad la que mande: con idea y poco dinero se pueden hacer prodigios. La mitad de lo que llevo me lo he hecho yo, aprendiendo de mi madre (que no es modelo porque en su día rechazó la oferta de un conocido fotógrafo ya fallecido) y de la magistral vecina, que se empeña en que siga diseñando.
Como Óscar Wilde, abogo por la armonía y la comodidad: vestidos que emulen las túnicas griegas, tan sencillas e imponentes a la vez. Wilde también se entusiasmaba por la casaca del XVII; dice en su ensayo Otras ideas radicales sobre la reforma del traje: «En el siglo XVII los faldones de la casaca estaban a veces levantados por medio de ojetes y cordones, de manera que pudieran levantarse a voluntad. A veces se dejaba sencillamente abierta por los costados. En uno u otro caso realiza lo que constituyen los verdaderos principios de la indumentaria: la libertad y la cómoda adaptación a las circunstancias».
Con este camafeo cierro la columna y me despido hasta la próxima prendido en el ojal un pensamiento de Chopin.
M. J. Zapater
(Publicado en LAS PROVINCIAS el lunes 27 de octubre de 1997, en Moda, pág. 70)

Publicada en la sección de Cartas el miércoles 14 de mayo de 1997 en Las Provincias.

La feria de las vanidades y la incoherencia


Como joven periodista en paro agraviada por los desorganizadores de la X Feria Alternativa, condeno el incongruente despotismo de estos. Me sobran razones y anécdotas, pues he participado los últimos cuatro años: primero en una radio libre; luego, practicando la quiromancia honradamente y vendiendo sobres sorpresa a 50 pesetas. Si, pese a ser buena periodista no me dan trabajo, de algo he de sobrevivir, ¿no?
Siempre simpaticé con las utopías que hablan de alternativas paradisíacas. Parafernalia: ahora descubro el sectarismo y la falsedad de tales posturas. Pero juzguen ustedes, juzguen.
Mientras cuatro lunáticos, botella en mano, predican libertad y resistencia al Sistema, mugrientos elfos adoran a la madre naturaleza atusándose la maraña de sus verdes cabelleras, capricho obtenido a causa de agrandar el agujero de ozono y de enrarecer la atmósfera con ponzoñas químicas de indudable origen industrial. Justo detrás de mí, tiñosos desharrapados abominan entre porro y porro de la apestosa corrupción sociopolítica y de las carísimas suciedades anónimas; me huelo que desconocen que en las piñatas un paquete de tres jabones vale 100 pesetas. Digo esto porque basta pasearse por los tenderetes para ver los exorbitantes precios, y eso sin tener en cuenta que algunos de los productos el único arte que entrañan es el de la estafa más sofisticada.
Por si estas pinceladas no bastaran para reflejar el caótico cuadro, he aquí el toque final: una panda de feriantes prepotentes me expulsa del apenas metro cuadrado de césped que ocupaba. La sinrazón, no ser adepta a ninguna de las sectas alternativas y no tener permiso. Se sabe que el silencio otorga, pero no para esas gentes, que les escribes y ni te contestan o acudes a sus locales y te encuentras con una reunión fantasma y con un colectivo tan cambiante cual Caleidoscopio... Así pues, ellos y ellas, todos okupas, qué irónico, plegaron mi pañuelo, quitaron mi cartelito y me amenazaron con recurrir a la fuerza si volvía (¿y aún hablan de la violencia estatal?) Igual suerte corrió un guitarrista, que acabó cantándoles las cuarenta yendo de un lado a otro agotado por la carrera; la estrategia era ingeniosa, porque no ocupaba ningún espacio en concreto y a la vez era omnipresente, pero agotadora. A un pobre acordeonista que pedía la voluntad también lo echaron (y luego se quejan de la Policía y de la insolidaridad). A quienes no mandaron con la música a otra parte fue a esos cofrades enfundados en pieles que se oponen a la tortura animal y te ponen la cabeza como un tambor.
Finalmente, tras jactarse de haber echado a Green Peace, uno de esos feriantes (de muy pocas luces), nos dijo que lo importante era participar. "Yo he montado toda la instalación eléctrica. Tú vienes aquí y lo tienes todo hecho", quejóse. Cayó la noche, las farolas brillaron por su ausencia y el ambiente fue de no veas. Asqueada de tanta comedia, me marché lamentando la desvergüenza, la intolerancia y la hipocresía de tales funámbulos, avaros comerciantes incoherentes y tiránicos.

María Jesús Zapater Muñoz (licenciada en Periodismo y feriante desencantada)