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Ejemplar de La balaustrada (95 columnas de opinión censuradas o publicadas por Las Provincias), encuadernado por la autora.

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Ex redactora de Las Provincias

16 febrero, 2012

CAÑAS Y BARRO O BARROSO METE CAÑA

Esta constructiva columna retoma el temita de la arquitectura fea e inútil para hablar de la falta de accesos para minusválidos del museo de Blasco Ibáñez, que obligó a Miguel Paterna Barroso a interponer una demanda. Restregar por la cara la ineptitud de quienes se consideran los lumbreras de la edificación crispa a muchos, pero, una vez más, hay que explicar que estética y funcionalidad no han de estar reñidas, como reiteraba William Morris.
Barroso ha metido mucha caña por el mal diseño del rehabilitado chalé de quien escribió Cañas y barro, ya que hasta ha acudido al Síndico de Agravios. Pero, ¿cuál ha sido la respuesta de Patrimonio Histórico? ¡Que al chalé no se le han habilitado rampas para minusválidos porque lo hubieran afeado! ¡Qué bonito! Esta contestación, de insoportable matiz wildeano que no viene al caso, demuestra hasta dónde puede llegar la incompetencia. Hasta Wilde, flor y nata del esteticismo (afirmaba que «la única disculpa de haber hecho algo inútil es admirarla intensamente»), se llevaría el disgusto del siglo si levantara la cabeza. No lo digo sólo porque las rampas para minusválidos no tengan necesariamente que ser antiestéticas, sino por lo que este genio hubiera descubierto dentro de uno de los aseos del museo, precisamente el que está destinado a los discapacitados: cajas, mochos, cubos y una escalera de madera. Esto está muy feo. Estos útiles de limpieza son horrendos, no porque sirvan para algo, como diría Teófilo Gautier («Toda cosa que se convierte en útil deja de ser bella»), sino porque el aseo de minusválidos no es lugar donde guardarlos; ¡ni que fuera barraca o trastero!
Cierto es que en la puerta de este aseo una placa dice «privado», pero hay dos evidencias aplastantes que dan al traste con este privilegio de la casa: primero, puesto que evacuar es necesidad primaria y el museo sitio público, lo lógico es que este aseo esté sólo a disposición de los minusválidos cuando se sientan indispuestos. Segundo, la existencia de dos barras flanqueando el retrete indica que, en efecto, el aseo es especial para minusválidos.
Volvamos al oscuro asunto de las escaleras, que tanto obsesiona a la Administración, ya que no sólo se encuentran en la entrada del museo, sino hasta dentro del aseo de minusválidos. Si esto no es ejemplo del recochineo del más denigrante humor basado en la mala sombra y el mal gusto, entonces es reflejo de desidia y guarrería. O de ambas cosas. La cochinería de guardar las cosas donde no toca me recuerda al didáctico cuento El duende Sucio, que yo releía de pequeña. Pero en el museo no hay duendes que valgan.
Por favor, ya vale el cuento, que el plantar barreras a los derechos básicos no es cosa de broma. Es una guarrada.
M. J. Zapater
(Publicado en LAS PROVINCIAS el martes 24 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 32, y posteriormente premiado por la consejería de Bienestar Social)

Publicada en la sección de Cartas el miércoles 14 de mayo de 1997 en Las Provincias.

La feria de las vanidades y la incoherencia


Como joven periodista en paro agraviada por los desorganizadores de la X Feria Alternativa, condeno el incongruente despotismo de estos. Me sobran razones y anécdotas, pues he participado los últimos cuatro años: primero en una radio libre; luego, practicando la quiromancia honradamente y vendiendo sobres sorpresa a 50 pesetas. Si, pese a ser buena periodista no me dan trabajo, de algo he de sobrevivir, ¿no?
Siempre simpaticé con las utopías que hablan de alternativas paradisíacas. Parafernalia: ahora descubro el sectarismo y la falsedad de tales posturas. Pero juzguen ustedes, juzguen.
Mientras cuatro lunáticos, botella en mano, predican libertad y resistencia al Sistema, mugrientos elfos adoran a la madre naturaleza atusándose la maraña de sus verdes cabelleras, capricho obtenido a causa de agrandar el agujero de ozono y de enrarecer la atmósfera con ponzoñas químicas de indudable origen industrial. Justo detrás de mí, tiñosos desharrapados abominan entre porro y porro de la apestosa corrupción sociopolítica y de las carísimas suciedades anónimas; me huelo que desconocen que en las piñatas un paquete de tres jabones vale 100 pesetas. Digo esto porque basta pasearse por los tenderetes para ver los exorbitantes precios, y eso sin tener en cuenta que algunos de los productos el único arte que entrañan es el de la estafa más sofisticada.
Por si estas pinceladas no bastaran para reflejar el caótico cuadro, he aquí el toque final: una panda de feriantes prepotentes me expulsa del apenas metro cuadrado de césped que ocupaba. La sinrazón, no ser adepta a ninguna de las sectas alternativas y no tener permiso. Se sabe que el silencio otorga, pero no para esas gentes, que les escribes y ni te contestan o acudes a sus locales y te encuentras con una reunión fantasma y con un colectivo tan cambiante cual Caleidoscopio... Así pues, ellos y ellas, todos okupas, qué irónico, plegaron mi pañuelo, quitaron mi cartelito y me amenazaron con recurrir a la fuerza si volvía (¿y aún hablan de la violencia estatal?) Igual suerte corrió un guitarrista, que acabó cantándoles las cuarenta yendo de un lado a otro agotado por la carrera; la estrategia era ingeniosa, porque no ocupaba ningún espacio en concreto y a la vez era omnipresente, pero agotadora. A un pobre acordeonista que pedía la voluntad también lo echaron (y luego se quejan de la Policía y de la insolidaridad). A quienes no mandaron con la música a otra parte fue a esos cofrades enfundados en pieles que se oponen a la tortura animal y te ponen la cabeza como un tambor.
Finalmente, tras jactarse de haber echado a Green Peace, uno de esos feriantes (de muy pocas luces), nos dijo que lo importante era participar. "Yo he montado toda la instalación eléctrica. Tú vienes aquí y lo tienes todo hecho", quejóse. Cayó la noche, las farolas brillaron por su ausencia y el ambiente fue de no veas. Asqueada de tanta comedia, me marché lamentando la desvergüenza, la intolerancia y la hipocresía de tales funámbulos, avaros comerciantes incoherentes y tiránicos.

María Jesús Zapater Muñoz (licenciada en Periodismo y feriante desencantada)